El otro día me lo crucé por las calles de la ciudad. Nuestras miradas se cruzaron y empecé a recordar. Recordé que a su lado me sentía diminuta, el con su metro noventa y nueve y yo con mi metro cincuenta y siete. A su lado me sentía protegida, sentía que a su lado nada malo me podía pasar. Recordé que me hacía sentir especial, que nunca nadie me había hecho sentirme así jamás. Recordé nuestras promesas de amor, promesas que, por una razón u otra, ambos rompimos.
De pronto sentí que volvía a detenerse mi universo, como cuando estábamos juntos. Nunca nadie, aparte de él, lo había logrado detener jamás. Me fijé en su pelo, sus tímidos tirabuzones ya no estaban, había decidido cortarlos. Su mirada había cambiado, ya no brillaba como antes. Su sonrisa, bueno, su sonrisa ya no estaba. Se fue al igual que la mía. Intenté recordar por qué ya no estábamos juntos. No logré recordar nada al respecto. Sin embargo, recordé todos y cada uno de los días que desperté a su lado, los paseos nocturnos por el río agarrados de la manos, el aroma que dejaba impregnado en mi piel cada vez que hacíamos el amor, las noches de tertulia, los mil y un conciertos a los que fuimos juntos, el día en que nos conocimos, las largas noches de estudio a su lado, sus capuchinos, sus besos de buenos días, las caricias durante el desayuno, los domingos en el sofá... Todo aquello había quedado atrás y no conseguía recordar por qué.
Cuando quise darme cuenta lo tenía frente a mí, a escasos centímetros. Me tendió la mano y la acepté, me acercó a él y me abrazó tan fuerte que logró hacerme sentir que todo iba a volver a estar bien. Ahora estoy aquí, en la sala de espera de un hospital esperando que el cirujano salga de quirófano y me diga que todo ha salido bien. Justo el día que decidimos tomar un café en la misma cafetería en la que nos conocimos hace poco más de tres años, justo cuando estaba decidida a confesarle que sigo profunda y completamente enamorada de él, un conductor temerario se saltó el semáforo mientras cruzábamos la carretera de la mano. Lo vio de lejos y me empujó para salvarme. Ahora se debate entre la vida y la muerte por mi culpa. Si él se va, yo me iré detrás de él, no podría vivir sin él, y mucho menos sabiendo que murió por salvarme una vez más.
Hola! Me encanta como escribes. He llegado aquí, a tu blog, de casualidad y no creía que me encontraría un gran blog.
ResponderEliminarTe espero en ''El rincón de M.'' un blog donde M. nos contará su historia. Hoy he subido mi primera entrada y espero que te guste.
Un beso, M.
¡Hola! Muchas gracias, es bonito saber que a alguien le gusta lo que escribo.
EliminarAhora en un huequecito me paso a hacerte una visita a ese rincón.
Un abrazo.